Pocos personajes del siglo XX combinan en su historia la ciencia, la filantropía y el misticismo como Reed Erickson.
Nacido en 1917 en El Paso, Texas, ingeniero de formación y heredero de una empresa de equipos industriales, Erickson invirtió su fortuna en apoyar causas que, para su época, eran consideradas excéntricas, marginales o incluso peligrosas. Su vida es parte de una historia más amplia sobre la búsqueda de la identidad, la libertad personal y el papel del individuo en el cambio social.
Uno de los capítulos más interesantes de su biografía transcurre en Mazatlán, Sinaloa, ciudad donde vivió durante varios años a partir de la década de 1970. Su paso por este puerto mexicano no fue escandaloso ni notorio, pero quedó registrado en documentos y testimonios que hoy forman parte de los archivos de investigación sobre su vida.
Reed Erickson fundó en 1964 la Erickson Educational Foundation (EEF), desde donde financió investigaciones médicas, antropológicas, espirituales y sociales. La EEF apoyó, por ejemplo, al Dr. Harry Benjamin, endocrinólogo pionero en Estados Unidos, y ayudó a crear redes de apoyo para personas que buscaban comprender mejor su identidad en tiempos donde el lenguaje era limitado y el rechazo común.

La Universidad del Sur de California y el ONE Archives conservan correspondencia y documentos de la EEF que mencionan múltiples viajes de Erickson a México, particularmente a Mazatlán. En una carta de 1977, dirigida a su asistente personal, se refiere a la ciudad como “mi santuario frente al mar”, y describe los atardeceres en Olas Altas con un tono casi místico. En otras notas, habla de sus gatos, de lecturas esotéricas y de su interés por prácticas como la meditación y la curación alternativa.
Mazatlán fue para Erickson un espacio de recogimiento. Había vivido años intensos en Nueva Orleans, en México y en Europa, donde alternaba el patrocinio de ideas científicas con su interés por lo oculto. Según algunos archivos de la Erickson Foundation, sus últimos años en Mazatlán los pasó escribiendo, rodeado de libros, y en contacto con médicos, terapeutas y amigos a quienes consideraba parte de su red íntima.
A partir de los años 70, ya retirado de muchas de sus actividades públicas, Reed Erickson se mudó a Mazatlán, donde vivió varios años en relativa tranquilidad. Para él, este puerto no era solo un lugar exótico o turístico, sino un espacio donde pudo alejarse de los reflectores, convivir con la naturaleza, y encontrar una cierta armonía personal tras décadas de lucha íntima y política.

En Mazatlán, Erickson vivía en una casacerca del mar, rodeado de sus amados gatos y, según algunos relatos, mantenía un estilo de vida espiritual y excéntrico. Aunque no organizó movimientos activistas desde aquí, su presencia representa algo especial: la posibilidad de una vida digna, libre y serena para una persona trans, en un tiempo en que eso era casi impensable.
Aunque nunca participó en la vida pública de la ciudad, su presencia en Mazatlán representa una de esas historias que cruzan los grandes movimientos globales con la vida tranquila de una ciudad de provincia. Es una historia que se asoma tímidamente desde la correspondencia privada y los archivos, pero que conecta a Mazatlán con una figura que, en muchos sentidos, anticipó debates culturales y médicos que hoy están plenamente vigentes.
Reed Erickson falleció en México en 1992. Su nombre sigue siendo estudiado por historiadores y académicos que exploran los orígenes de los movimientos por la autodeterminación personal, la libertad de expresión de género y la salud integral.
Hoy, cuando se celebra el orgullo y la diversidad en muchos rincones del mundo, vale la pena recordar que hay figuras que, lejos de los reflectores, cambiaron el rumbo de la historia desde la discreción, el pensamiento y la generosidad.
Y que, por un tiempo, uno de ellos miró el océano desde Mazatlán.