Esta calle se llamó primero de Juno, en el tramo que va al poniente de su cruce con la de BelisarioDomínguez y de Tiradores al oriente. Luego se le nombró de Tiradores a toda ella.
En el siglo XX se le bautizó con el nombre de Ignacio Zaragoza, en honor del vencedor de las fuerzas francesas en Puebla en1862.
La calle no se comenzó a poblar sino hasta la década de 1860 y durante todo el resto del siglo XIX y principios del siguiente y con excepción de los alrededores de la Plazuela Zaragoza, estuvo siempre poblada por personas de escasos recursos, que construyeron casas de adobe y techos de teja.
De acuerdo con decreto municipal de Mayo 6 de 1903, se acordó ensanchar la calle entre las de Rosales y 5 de mayo, para dejarla con una anchura de 16 metros, y, también por decreto de Julio 7 del mismo año, se acordó continuar el ensanche hasta la playa situada al extremo poniente de la calle.
Sin embargo, todavía en un plano de la ciudad de 1913 aparece que esta calle se angostaba a partir la mitad de la cuadra posterior a su cruce con la hoy Guillermo Nelson y luego continuaba una vía angosta que cerraba con la de Arriba, lo que indica que se abrió después de esta fecha hasta su desembocadura en donde está hoy el Paseo Claussen.
La calle se amplió de nuevo en su anchura en la década de 1950.
Muy poco existe en toda la extensión de esta calle que nos llame la atención. Casi en su inicio a partir de la avenida Gabriel Leyva vemos el edificio construido en terreno donado por Germán Evers para el Orfanatorio de Mazatlán. A pesar que su estado de conservación deja mucho que desear, continúa siendo una finca representativa del estilo arquitectónico que se hacía en la ciudad a mediados de la década de 1920.
En las décadas de los 30´s y 40´s del siglo pasado, en la esquina suroriente del cruce de esta calle con la de Aquiles Serdán estuvo una de las mejores y más populares cantinas y casas de citas que había en la ciudad, de nombre Las Tres Luces.
En la esquina surponiente de esta calle con la de Aquiles Serdán estuvieron durante un largo periodo de tiempo las fábricas de velas La Sirena y de cigarros El Guerrero Mexicanos, propiedad de Gregorio Hernández, la primera de ellas hasta su cierre a principios de la década de 1950, que ocupaban una extensa construcción principalmente de madera.
Enseguida hacia el poniente, estuvo la ordeña de Jesús Nieto, que se extendía hasta la siguiente calle al sur.
En la parte final de la calle, después de su cruce con la de Virgilio Uribe, encontramos restos de antiguas cuarterías
La porción de calle situada al poniente de su cruce con la de Belisario Domínguez no estaba poblada en la época de la guerra con Francia y fue a partir de la ocupación de la ciudad por la tropas napoleónicas cuando esta amplia zona comenzó a despertar interés por parte de algunas personas, sobre todo franceses, que denunciaron grandes superficies de terrenos. Fue así como Julio Chavón y José Félix Michel desamortizaron seis manzanas con 60,000 varas cuadradas en 1865, en la “falda del cerro contiguo
al del Vigía, para la mar de Puerto Viejo.”
En 1866 Laura Quay de Fernández y su hija Soledad Fernández desamortizaron 5,858 metros cuadrados que tenían frente a “dos calles nuevas que pasan al pie del cerro
de la Nevería.” Y en el mismo año Adolfo Loynel desamortizó por este mismo rumbo 12,180 metros cuadrados. Pedro Pommier denunció un “solar sito en la falda del cerro conocido por del Vigía, en el costado que mira al Oriente”, con superficie de 1,600 varas cuadradas, y Charles Cortés otro en las “faldas de los cerros del Antiguo Vigía y Puerto Viejo”, de 3,623 varas cuadradas.
Es probable que casi todos los anteriores propietarios originales de terrenos en esta zona hayan salido de la ciudad junto con sus compatriotas en Noviembre de 1866, ya que en documentos posteriores no se les vuelve a mencionar.
No deja de ser significativo, sin embargo, que hayan sido extranjeros los primeros que vieron las ventajas que tienen estos rumbos para habitar.
Años más adelante, cuando todavía la zona continuaba sin poblarse, Alejandro Loubet vendió a Luis B. Canobbio 47,717 metros cuadrados, que comprenden gran parte de lo que es hoy la colonia de los Pinos, y en 1901 el mismo Loubet vendió a Rosa Rippey de Felton 60,233 metros cuadrados, que abarcaban el cerro de la Nevería.
En el mismo año, Felipa de la Quintana, residente en España y viuda del español Juan Tamés, vendió en el cerro del antiguo Vigía, cinco manzanas y parte de otra a Bonifacio
Lejarza, en $1,500.
Al final de la calle subsisten, completamente ruinosos, los restos de lo que fue Hospital Civil, cuya construcción empezó en los años de la Segunda Guerra Mundial como parte de un ambicioso programa del Gobierno Federal que señalaba a éste como un hospital que atendería una vasta región de la costa del Pacífico. La guerra terminó antes que se acabara el edificio y así, incompleto, funcionó durante muchos años, hasta que se cambió al sitio donde hoy se encuentra, muy cercano a la estación del ferrocarril.